domingo, 3 de mayo de 2015

LIBERTAD Y AUTORIDAD

A PROPÓSITO DE TÍA MARÍA Y LA SUBVERSIÓN ANTIMINERA

El problema del Estado democrático, de su conservación y de su consolidación es un problema de síntesis de libertad y de autoridad. Lo ha sido desde sus inicios y lo sigue siendo hoy día.
Mientras en épocas anteriores, el peligro, las dificultades mayores para el reordenamiento y para la consolidación de la democracia procedían de grupos antisistema organizados en los denominados partidos de izquierda, partidos comunistas, que canalizaban la protesta de  las masas y  su búsqueda de un paraíso comunista, propuesto como objetivo explícito, hoy se da un fenómeno nuevo, que es la organización de las masas y el desarrollo de la lucha política en nombre de los “derechos humanos”, en toda su diversidad y amplitud, dónde la principal ideología violadora de derechos humanos, el comunismo, se erige, bajo el camuflaje “derechohumanista”, en supuesto defensor de estos.
Esta nueva estrategia del comunismo se expresa a través de  la presencia  de organizaciones activistas que en nombre de la “defensa de derechos humanos”, como el derecho a un ambiente sano   (“rechazo de actividades económicas consideradas contaminantes”),  haciendo uso de las libertades que consagra el estado democrático, lo socaven y pretendan destruirlo para imponer la voluntad manipulada de una minoría, enfrentando abiertamente a la autoridad democrática, cuya tarea es defender el orden y la paz social que son elementos sustantivos del bien común de la sociedad.
Libertad y autoridad constituyen elementos inseparables en un estado democrático: el límite del derecho es esencial al derecho; la fuerza del Estado, expresión de la autoridad, es esencial a su misma democraticidad, a su naturaleza de Estado fundado sobre la opinión mayoritaria y cuyo fin es el bien común. El Estado debe impedir que la opinión de la mayoría y el bien común de la sociedad sea perturbado y fragmentado por el fanatismo político de minorías extremistas. La autoridad pública debe evitar que el orden político y social pueda ser abandonado al arbitrio de minorías.
Por esta razón, el Estado debe ser fuerte para poder constituir una democracia estable. La presencia de fanatismos organizados, hechos de por si anormales en una democracia, reclama una tutela firme y decidida de la libre expresión de la soberanía popular y del derecho de quienes han optado por el Estado  de derecho y la democracia como modo de vida y como sistema político.