Hablar
de Cristianismo, es remitirnos casi automáticamente a la figura del maestro
Jesús, quien con su prédica y testimonio de vida, nos enseñó que la auténtica
conversión y perfección del hombre sólo puede darse por el amor. Enseñanza que
ha trascendido al tiempo, pues es, indudablemente, el ideal más noble que a
través de los siglos ha surgido en la historia del hombre, un mensaje del cual
el hombre no puede ni podrá renegar menos aún soslayar, pues por encima de
otras “creaciones” teóricas humanas, curiosamente denominadas científicas, este
ideal cristiano lleva en forma intrínseca el ideal de perfección humana.
La
perfección de que nos habla el cristianismo es aquella perfección integral a la
cual aspira el hombre y por ende la sociedad, sobre la cual Jesús en su sermón
de la montaña nos dijera: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
padre que está en los cielos es perfecto” (MATEO 5:47). Cierto es que
la perfección del padre nos es imposible alcanzar, pero cierto es, también, que la
práctica cristiana integral nos puede hacer mas semejantes a él, aquella práctica
que el hombre de hoy, materialista y soberbio, desprecia o pretende relegar al
desván de los olvidos, para realizar las “doctrinas de hombres”, las que se
acomodan a nuestras imperfecciones y vicios, enseñanzas falsas respecto a las
cuales nos advirtiera el profeta Isaías.
Pero
¿Cómo pretender relegar o establecer comparaciones con otras teorías sobre el
hombre, por demás burdas, con el mensaje de amor cristiano?, qué mensaje,
distinto al cristiano, nos enseña que son: “Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos….Bienaventurados los pacificadores
porque ellos serán llamados hijos de Dios, (.......) oísteis que fue dicho a
los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero
yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de
juicio…..”. Siendo la expresión más sublime aún de éste doctrina de
vida, aquella que constituye un mandamiento
de amor absoluto, la que nos dice: “Oísteis que fue dicho Ojo por ojo, y diente
por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes a cualquiera
que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera
ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera
que te obligue a llevar carga por una milla, ve con el dos” . Vemos
pues que el mensaje cristiano es sumamente significativo y trascendental para
el hombre, lo cual debe invitarnos a una profunda reflexión sobre su contenido
íntegro. Ante nosotros está pues el único camino hacia el cambio auténtico, la
decisión es nuestra; pues como dijera el maestro Jesús: “El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán” (MATEO 24:37)