jueves, 24 de marzo de 2011

ECONOMIA SOCIAL DE MERCADO: EL ORDEN DEL FUTURO

Luis Gallegos Molina
Abogado - Economista

El debate sobre el futuro del orden económico internacional y las opciones de política económica construidas sobre este se ha convertido, los últimos meses, en tema obligado en la agenda de círculos políticos, académicos y empresariales. Y es que esta discusión ha cobrado nuevos bríos, a partir del “crack” del 15 de setiembre del 2008, cuando estalló la crisis financiera norteamericana y el subsecuente inicio de una fase recesiva en la economía mundial, cuyo horizonte aún aparece cargado de negros nubarrones que no permiten atisbar una salida del problema en el corto plazo.

En nuestra opinión la crisis financiera y económica actual obedece al agotamiento del orden económico internacional vigente, sustentado en la ideología  liberal (neoliberal), que pese a tener manifestaciones anteladas de la crisis, ha sido incapaz de generar derroteros para una reorientación más ordenada, solidaria y equitativa en las relaciones económicas internacionales y nacionales, debido a sus propias rigideces conceptuales, por lo que consideramos oportuno discutir hoy respecto a la viabilidad de los principios que sustentan el orden económico aún vigente,  o la necesaria sustitución de los mismos para dar paso a una visión más integral de sociedad y la economía mundial del futuro.

El pensamiento liberal ha impulsado, en el último cuarto de siglo, la construcción de un mercado global y la integración económica vía el proceso denominado globalización, intensificado a partir del derrumbe de las economías socialistas, ha demostrado, una vez más, como en el siglo XIX (y hasta antes del “crack” de 1929) que carece de una comprensión valorativa realista para fundamentar la construcción de un mundo con orden y estabilidad en el largo plazo, menos desigual, solidario y libre para la humanidad. 

Esta ideología, se erigió en la “alternativa”, en la opción única (“pensamiento único” en la concepción de F. Fukuyama) e impulsó en el mundo, en América Latina y particularmente en el Perú, la implementación de políticas económicas que se sustentaron en sus principios, elevados a la categoría de dogmas de fe y sistematizados en el programa del denominado “Consenso de Washington”. Dichas políticas que, por la simplicidad de sus enunciados, revelaban su prescindencia de cualquier consideración relativa a las heterogeneidades de las estructuras económicas y sociales que nos presenta la realidad latinoamericana y mundial, así como de una concepción realista del hombre y de la sociedad.

La ideología liberal propugnó y propugna el sometimiento de la realidad a sus postulados generalizantes y homogenizadores, presuntamente válidos para cualquier contexto económico, social, político y cultural. Con ello se echaron los cimientos, de lo que a la postre ha sido la raíz del nuevo fracaso del liberalismo, en su pretensión por constituirse en la ideología dominante y hegemónica a nivel mundial.
Los hechos recientes, en materia económico-social, han demostrado que la aplicación dogmática de los principios económicos liberales genera crecimiento económico, pero marcado por  desequilibrios de diverso orden, concentraciones económicas, desarrollos regionales asimétricos, profundización de las desigualdades distributivas, y agudización de la exclusión social en general.

Ha quedado, evidenciado una vez más, que la ideología  liberal (neoliberal), con su dogmática individualista, insolidaria y utilitarista, expresada en políticas económicas o principios de organización económica, adolece de graves limitaciones que hacen deficiente su comprensión del hombre, de la sociedad, del Estado y del mercado, lo cual la descalifican en su pretensión de sustentar la construcción del orden económico y social del futuro.

Es cierto que se debe respetar y promover el ejercicio de la libertad humana, pero sin que ello implique propugnar, justificar y/o aceptar resignadamente conductas egoístas, codiciosas (la creación de títulos riesgosos, la especulación bursátil, por citar algunos detonantes de la crisis norteamericana), con graves consecuencias directas o indirectas en el prójimo y el medio ambiente, tal como lo han admitido, aunque todavía tímidamente, los líderes del G20, en su reunión del 15 de diciembre del 2008.

La sociedad debe ser el ámbito de desarrollo humano integral, fundada en el respeto de la naturaleza humana, en la promoción de la autocomprensión del yo (la individualidad) y de la trascendencia  (solidaridad), no en la sacralización del yo egoísta que torna la sociedad en una jungla en la que cada hombre lucha contra el otro, darwinianamente, por la supervivencia. El Estado, entendido como un Estado Social, debe garantizar la libertad pero también un orden, una regulación que garantice equidad en la convivencia social y la armonice en todas sus dimensiones, y que, puntualmente, en lo social y económico,  compatibilice el interés individual con el interés colectivo teniendo al bien común como principio rector. En suma, un Estado Social que impulse un equilibrio dinámico entre la libertad y la justicia, fundamentando en ambos la construcción de una sociedad con mayores niveles de crecimiento y  equidad.

El mercado, qué duda cabe, es el mejor, el más eficiente asignador de recursos, pero para que ello sea así debe funcionar de tal forma que permita, la concurrencia libre y competitiva de los agentes económicos, dentro de cierto marco ordenador. Ello implica organizar el mercado y la competencia, pues no son leyes naturales las que los gobiernan o determinan su operatividad adecuada. Solo así sus beneficios alcanzarán a las mayorías  y podrá limitar a  los factores  de poder económico locales y mundiales.

La ideología liberal (neoliberal), en su pretensión de ser el basamento del nuevo orden de la economía mundial ha considerado, fundamentalistamente, la red multidimensional de relaciones humanas solo desde la perspectiva del valor de la libertad y el utilitarismo; subordinando el bien común al bien particular individualista,  relegando a un plano inferior un principio fundamental de convivencia como la solidaridad o un valor tan trascendental como la justicia a la cual se le asigna la condición de ser resultado de la pura interacción humana basada en el egoísmo individualista (la teoría del “chorreo” en materia distributiva es una manifestación de esta concepción). Del mismo modo relega o interpreta “pragmáticamente”  principios como el de la autoridad, la subsidiariariedad y el rol del Estado como rector y garante del bien común, desnaturalizando su esencia, y reduciéndolo a una condición mínima, limitando gravemente sus tareas como entidad configuradora del orden social y económico, tal como ha sido señalado anteriormente.


Desde un líder moral como Juan Pablo II hasta un especulador financiero como George Soros (pasando por notables economistas como Joseph Stiglitz, Paul Krugman, entre otros) y con ellos amplios sectores de la humanidad, están convencidos de que ”el fundamentalismo de mercado es el responsable de que el sistema capitalista global carezca de solidez y sea insostenible”[1] por mucho tiempo más, y ello debido a la carencia de una regulación adecuada de los mercados que no sólo sea nacional sino mundial. La misma regulación que debe estar inspirada en valores morales y sociales, que estimulen políticas globales  que  reduzcan la creciente exclusión social y que acerquen a los pobres a los beneficios de la economía de mercado. 

Ello no se va a lograr con asistencialismo financiero de los organismos financieros multilaterales o con cooperación de los gobiernos de las economías desarrolladas dentro del mismo esquema de capitalismo liberal que hoy impera.  Se requiere la construcción de un orden económico con mayor equidad, más inclusivo respecto a los beneficios de la globalización. “Se trata de combinar estándares ambientales y sociales   mínimos    con   el   libre comercio,    pues de otra manera no habrá competencia leal en el sentido de una economía sustentable. Necesitamos oportunidades equitativas de acceso al mercado para todos. Ello es especialmente válido para   los  países en desarrollo. Toda la comunidad  internacional tiene responsabilidades en este tema” [2]2.

En virtud de lo expuesto, consideramos que la discusión sobre política económica coyuntural, sobre el desenvolvimiento de las variables macroeconómicas en el corto plazo, es importante; pero que mas importante es definir de una vez que visión del mundo, que filosofía, ha de estar subyacente en esas políticas y sobre todo cómo se  va a fundamentar el  sistema económico sobre el cual se van a construir y aplicar esas políticas. 
Es esta y no otra la discusión crucial hoy día, sobre todo en el estadio crítico en el que se encuentra la sociedad mundial, sumida en una crisis financiera y económica de graves consecuencias y, hasta hoy, de pronóstico reservado, sino veamos los informes periódicos de los organismos financieros multilaterales (FMI. BM, BID, etc.) que nos ofrecen sus “pronósticos” revisados y reajustados, cada cual más sombrío que el anterior. No obstante, pese a la magnitud de crisis financiera y económica, sostenemos que ella no es mas que el componente central de una crisis global de mayor complejidad, pues existen otras facetas como la trágica realidad del deterioro del medio ambiente (cambio climático), el agotamiento de las fuentes de energía fósil, no renovable y el crecimiento de los sectores que padecen hambre y  miseria en los países subdesarrollados. En ese sentido, es que reafirmamos desde una posición humanista cristiana, que hoy más que ayer se hace necesario en el Perú, en América Latina y en el mundo, la discusión e implementación de un nuevo orden económico, de una economía social de mercado como forma de organización económica superior a la vigente, inspirada en el fundamentalismo liberal de mercado, por ello vemos con optimismo como la conciencia mundial, teniendo como uno de sus protagonistas a Alemania, y a la mayoría de países de la Unión Europea, plantean con seriedad la necesidad de construir un nuevo orden económico mundial, como lo ha manifestado abiertamente la canciller alemana, Angela Merkel, en diversos escenarios, pero recientemente, la primera semana de febrero del 2009, en la reunión inaugural del Foro Económico Mundial, realizado en Davos- Suiza.

La búsqueda de hoy, cuya urgencia se ha acentuado por la crisis del capitalismo norteamericano, nos debe impulsar a participar activamente en esa tarea. Es necesario un orden económico-social que cimiente la edificación de los sistemas económicos locales y el sistema económico mundial, acorde con las exigencias y desafíos que la realidad contemporánea nos plantea, que promueva una mejor distribución de los beneficios del crecimiento económico, mayor eficiencia en términos de utilización de los recursos para la producción y protección ambiental (sustentabilidad).
Para ello, reiteramos,  se debe entender que toda respuesta a los problemas que la realidad nos presenta debe contar como punto de partida con una imagen clara de las características de esa realidad y una concepción valorativa del hombre que actúa sobre ella. La aplicación de soluciones puramente tecnocráticas (pragmáticas) a los problemas de la economía, desligadas de referentes valorativos  realistas (un humanismo integral), que conjugue libertad y solidaridad, no solo no resuelven los problemas económicos, sino que los agravan, pues al fin y al cabo, si las políticas no se dirigen a solucionar con equidad los problemas del hombre de carne y hueso, dichas políticas carecen de utilidad y están irremisiblemente destinadas a ampliar y agravar las causas de la cuestión social contemporánea

Publicado en Revista TESTIMONIO, Nº96-97, Lima – Mar./Jun.  2009.


[1] Soros, George : “La crisis del capitalismo global”, publicado por Plaza Janes, 1999, pag. 22. 
2Merkel, Angela: “Una mirada del viejo mundo: la sociedad integradora, sobre la necesidad de una Nueva Economía Social de Mercado”, 2001.

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